— ¿Qué vas a hacer con los huesos al fin?

— Los voy a lleva a la iglesia.

— ¿Ya los sacaron todos?

— No, los trabajadores todavía siguen en la cocina.

— ¿A poco sí se van a terminar de aventar el jale?

— Sí, les di una buena feria para evitarnos pedos. No quiero que venga la policía y me arme un desmadre en la casa.

— Entonces no los vas a reportar.

— Pues no. O no sé. ¡Puta madre!

— Roberto, los tienes que reportar. ¿Tú crees que en la iglesia te van a aceptar los huesos de quién sabe quién así nomás?

— No, claro que no. Allá también pienso soltarles una feria, ni modo que algún padrecito no se anime.

— A todo esto, ¿por qué a la iglesia? ¿No deberías llevarlos a algún cementerio en todo caso?

— Es que también quiero que los bendigan.

— ¿Y eso?

— ¡Estaban enterrados en la pared, Julieta! Quién sabe quién chingados los puso ahí y con qué propósito, y no me quiero arriesgar a que traigan alguna madre vudú o satánica o qué se yo.

— Pero si tú ni crees en esas cosas.

— Pues eso pensaba yo también, pero mira cómo me trae de nervios este asunto. Es que ¡imagínate! Si no me hubiera puesto a ampliar la cocina hubiera podido vivir junto a los huesos de esa gente hasta sepa la madre cuándo.

— Yo, la verdad, más que a los diablos vudú le tendría miedo a los narcos.

— Sí, sí, claro. También por eso no quiero hablarle a la policía. Qué tal que lo notifican y luego me vienen a buscar los familiares de esos huesos a quererme colgar el milagrito a mí.

— Ok, ok. Tienes razón. Oye y, ¿son muchos?

— ¿Qué?

— Los huesos.

— Mas o menos. Ya encontraron 2 cráneos, así que por lo menos había dos personas ahí.

— Eso, o tal vez era uno de esos casos raros de gente que nace con dos cabezas.

— Julieta, estás viendo cómo estoy y me pones a imaginarme esas fregaderas.

— No, no. Piénsalo. La casa tiene más de 100 años. No es muy descabellado que alguien de esa época hubiera preferido un entierro clandestino con tal de no ser la comidilla del pueblo. Si tenían un hijo deforme probablemente lo guardaron en secreto toda su vida y lo enterraron detrás de la pared, pensando que nadie se lo iba a encontrar.

— Gracias, eso era justo lo que necesitaba. Ahora quiero que encuentren más huesos nomás para estar seguro de que eran personas normales.

— Qué grosero, ¿eh? Ya no se dice «normales».

— Por favor, Julieta. Si no me vas a ayudar, mejor vete.

— Ya, pues. Fuera de broma, ¿no serán del antiguo panteón?

— ¿El del parque de la calle de atrás?

— Sí, ese mero.

— Podría ser. Pero hace mucho que no es panteón. Cuando lo reubicaron removieron todos los restos para darles adecuada sepultura. Éstos ni ataúd tenían, además de que habrían quedado muy lejos del terreno donde estaba permitido enterrar gente.

— A menos de que, por alguna razón, no los hubieran querido enterrar junto con los demás. Tú sabes, una hija que salió embarazada fuera del matrimonio, algún pobre desgraciado que murió en la revolución y nadie vino a reconocer, la amante de algún hacendado…

En ese momento, los trabajadores atravesaron la estancia con rumbo a la salida. Uno de ellos se detuvo brevemente.

— Señor Roberto, perdón este, ya nos vamos. Ahí encontramos unas manos, se las dejamos encimita de la barra de la cocina.

— Oiga, pero todavía es muy temprano.

Es de que nos surgió un problema allá en… en la casa, sí, y nos tenemos que ir. Ahí disculpe.

— Ta bueno. ¿Cuánto les debo de hoy?

— No, no, así mero que tiene. Ahí luego nos arreglamos.

— Órale pues. El portón está abierto, ¡nomás me lo dejan cerrado cuando salgan!

Para cuando Roberto terminó de pronunciar esa frase, todos los trabajadores habían salido de la casa. Julieta y él entraron en la cocina. Tuvieron que caminar con cuidado para no tropezarse con las herramientas que habían quedado tiradas en el suelo. Ambos se detuvieron en seco cuando sus ojos dieron con los tres bultos extraños que estaban encima de la barra.

— Roberto.

— …

— Esas no son manos, Roberto.

— Julieta, ¡agarra tus cosas y vámonos a la chingada de aquí!

El portón quedó abierto hasta la mañana del día siguiente, cuando uno de los amigos de Roberto le hizo el favor de irlo a cerrar.


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